sábado, 6 de enero de 2018

LOS ADORNOS DE NAVIDAD



Érase una vez un árbol de Navidad cuyos adornos no paraban de discutir. Tan solo llevaban unos días colgados en el enorme abeto del salón y las quejas eran constantes.

La bola escarlata, la más grande y hermosa de todas, estaba hecha de cristal con adornos de oro y se caracterizaba por su magnífica voz de soprano con la que cantaba villancicos todos los años mientras que, el resto de bolas más pequeñas—que eran de color plata y estaban cubiertas de purpurina— le hacían los coros. Ocurría muy a menudo que la bola escarlata se enfadaba con las pequeñas bolas de purpurina, pues a veces eran algo perezosas para cantar. Pero además de las bolas navideñas que decoraban el árbol,  también había en éste otros adornos que pasaban sus días lamentándose.

   ¿Soy yo el único que tiene calor aquí? —preguntaba nervioso el adorno con forma de muñeco de nieve—. La señora Clarisa ya ha vuelto a encender la chimenea ¿Es que no piensa en mi? ¡Que alguien me quite esta calurosa bufanda!

   Pues claro que no piensa en ti, lo único que le preocupa es que su árbol sea el más bonito de todo el vecindario. El año pasado me tocó a mi al lado de la chimenea. Este año estoy más escondido, pero me resulta tremendamente aburrido ¡No puedo ver nada de lo que pasa! — le contestó un duendecillo de gorro verde y nariz respingona que estaba colgado en la parte del abeto que quedaba más escondida, frente a la pared.

   ¿Podéis cerrar la boca, por favor? No dejáis dormir a nadie— suplicó el reno de nariz roja emitiendo un sonoro bostezo.

   El reno tiene razón. Es hora de dormir y recitar todos nuestra oración —recordó el angelito.

   ¿Tenemos que rezar todos?— preguntó un regordete Papá Noel.

   Por supuesto que tú también, Santa Claus— le respondió el Rey Melchor que se encontraba colgado muy cerca del angelito.

El angelito comenzó a rezar y todos los demás adornos hicieron lo mismo sin rechistar. Minutos después todos se quedaron profundamente dormidos.

Al día siguiente, pasó algo inesperado para los habitantes del árbol de Navidad. El señor de la casa, colgó un bastón de caramelo en el árbol y su llegada causó un gran revuelo.

   ¡Ohh!  ¿Quién es usted?— preguntó una de las pequeñas bolas de purpurina y plata.
   ¡Qué delgado y apuesto es! ¡Es tan elegante!— susurraban entre ellas.
   Soy un bastón de caramelo, uno de los dulces más exquisitos de la Navidad, la envidia de todos los demás. Entendiendo perfectamente que no os podáis resistir a mis encantos— dijo mientras guiñaba un ojo a las pequeñas bolas plateadas.
   ¡Es usted un engreído! —gritó la gran bola escarlata—.Puede irse por donde ha venido. Ya éramos suficientes aquí.

   Habló la gorda. Usted ocupa medio abeto, si se pusiera a adelgazar un poco cabrían muchos más adornos.

Y así fue como los adornos se pusieron otro año más a discutir entre ellos. En esta ocasión, mucho más que otras veces, pues la llegada del bastón de caramelo había causado un gran alboroto.
Al día siguiente y para la desdicha del bastón, la hija del matrimonio fue directa al árbol a comérselo. La pequeña Nora lo descolgó y se lo llevó a la boca. Entonces el bastón comenzó a gritar.

   ¡Niña! ¡Te ordeno que me saques de aquí y me devuelvas al árbol! ¡Un bastón con un cuerpo tan esbelto y elegante como el mío no puede desaparecer tan pronto! —gritó.
   Es presumido hasta cuando está a punto de morir — rió la bola escarlata.

Pero como los niños viven en el reino de la magia, Nora podía entender a la perfección las palabras de los adornos. Y su buen corazón le hizo tener piedad del fanfarrón bastón.

   Está bien. No te comeré—dijo mientras volvía a colgar en el árbol el bastón de caramelo—. Pero por favor, tenéis que dejar de discutir ya. Ayer, mientras mamá me contaba el cuento de la estrella de Belén, os oía discutir en el salón.

   ¡Esa es mi Nora! —exclamó el adorno Rey Melchor—. Otro año más tendrás muchos regalos.  

Entonces a la niña se le ocurrió una idea y corrió a hablar con su madre. Juntas fueron a comprar una estrella dorada, pues el árbol estaba coronado con un simple lazo rojo.

Una vez en casa, remplazó el lazo por la estrella y les explicó a los adornos que, a partir de ese momento, la estrella sería quien mandaría en el árbol para así ahorrarles discusiones en su convivencia.

En ese momento la estrella brilló y sus destellos de luz iluminaron hasta la última rama del árbol. También los adornos se llenaron de luz y de paz. Y a partir de entonces, los habitantes del árbol estuvieron guiados por esa luz de estrella que también puede verse  siempre en el cielo. Esa luz que llena nuestros corazones de amor y de la cual dependen nuestras vidas.